Considerada por la revista TIME como una de las 10 ideas que cambiarán el mundo, la economía colaborativa está aquí para quedarse. Cierto es que compartimos esfuerzos, tomamos decisiones en base a recomendaciones o ponemos a disposición de otros lo que nos sobra desde que el hombre es hombre. Lo que hace hoy cambiar las cosas es la facilidad en términos del tiempo y del dinero que precisamos invertir.
Ríos de tinta corren y seguirán corriendo sobre cómo afecta a los sistemas económicos y a los marcos que los regulan estos cambios que en muchas ocasiones conllevan la desaparición de lo establecido. Pero quizás no hayamos hablado tanto de cómo va a afectar a nuestros valores como consumidores y por extensión a las capacidades que las empresas tradicionales se van a ver abocadas a desarrollar.
Cambio de valores
A pesar de que, hablando de economía colaborativa no todos nos referimos a lo mismo, los expertos sí coinciden en que esta amalgama de plataformas digitales que compilan en tiempo real oferta y demanda, poniendo en contacto capacidades con quienes de ellas precisan, comienza a manejar cifras que hacen temblar los más sólidos pilares.
Porque nuestro homus consumisti, aupado por la crisis económica y la necesidad imperiosa de abaratar costes, ha empezado a pensar en sacar rendimiento a lo que no utiliza. Comienza a renunciar a la compra en favor del hazlo tú mismo o del hagámoslo juntos. Y comienza a derribar sus barreras de desconfianza apoyados en la evaluación que de los ofertantes hacen otros usuarios.
Los consumidores lo ven claro. No es sólo la eficiencia les atrae, aunque les sea ahora posible llevar a cabo actividades soñadas o más fácil llegar a fin de mes. El hecho es que se sienten a gusto relacionándose con iguales, formando parte de una comunidad. 2 de cada 3 declaran sentirse mejor que cuando se relacionan con marcas tradicionales, a pesar de ser conscientes de que las tradicionales son mucho más consistentes.
Y empezamos a ver cómo el valor de la experiencia está desbancando al antaño imbatible valor de la propiedad. Se destiñe el otrora infalible mensaje al consumidor de "si compras esto, te sentirás?". Y Spotify puede ser un claro ejemplo: Si puedo escuchar mis canciones favoritas cuando quiera, me importa poco o nada tenerlas. Toma fuerza un nuevo perfil de consumidor que va al grano y sólo busca resolver su necesidad puntual. El que quiere desplazarse pero no tiene interés en tener un coche y menos aún en tener que cargar con un seguro o gestionar un aparcamiento. Ya sólo 1 de cada 2 continúan identificándose con la idea de que tu status lo marca lo que posees.
Aún más. No sólo no sienten nada al comprar, sino que detestan sentirse manipulados con la venta. Los últimos estudios de satisfacción sitúan ya a la experiencia muy por encima de la compra en términos de incremento de felicidad. El 43% de los consumidores dice que "siente ser dueño como una carga". Todo un cambio de mentalidad:¿Dejar tu casa a extraños?, ¿confiar en desconocidos para hacer más auténtico tu viaje?, ¿compartir un coche de camino al trabajo?. Sencillamente impensable?
Entender el papel de la confianza
El consumo colaborativo da un poder a la voz individual que necesariamente tendrá efecto. Pero, ¿cuál es realmente el atractivo? Sabemos que reducción de costes y conveniencia son siempre (y aquí también) poderosos drivers, pero es la confianza lo que en última instancia mantiene viva esta economía. Es el elixir que nos permite alojarnos tranquilos en casa de un extraño o compartir un coche con un desconocido.
Curioso, pero no es la confianza en nuestros iguales lo que ha cambiado. Casi nadie declara confiar más en la gente hoy que en el pasado. Tampoco la desconfianza hacia las marcas varía significativamente. Lo que entra en juego es la confianza que ofrecen los sistemas de evaluación de usuarios por parte de los propios usuarios. Es sinónimo de garantía, claramente por encima de la regulación o el arbitrio que sobre cualquier actividad puedan hacer gobiernos u organismos.
El 70% no se aproxima hasta que alguien de quien se fía se lo recomienda, el 95% confía a ciegas en la palabra de un familiar o amigo. Y es que los sistemas de reputación online lo están cambiando todo. Usar el elemento confianza es una oportunidad que ninguna empresa debería dejar pasar. Incluir en sus procesos valoraciones y métricas de calidad proporcionadas por los propios usuarios mejorará siempre sus cifras. Añadir mecanismos de autenticación de los propios consumidores y otras medidas que refuercen estos sistemas de evaluación será una gran ventaja competitiva.
Repensar el valor aportado
El otro aspecto que ha puesto patas arriba el comportamiento del consumidor es la capacidad que ahora tiene para obtener beneficios económicos de sus bienes subutilizados, o de renunciar totalmente en favor del uso a la compra de esos bienes, sobre todo cuando se trata de artículos de precio elevado. La mitad de las personas familiarizadas hoy con el consumo colaborativo, declaran verse a sí mismos también como proveedores mañana.
Este efecto cambiará los drivers y también las barreras de compra. Veremos disposición a pagar más ya sea entrando en el juego de "negociaciones compartidas" o bien apelando a la capacidad de recuperar la inversión realizada. Adquirir viviendas más espaciosas al contar con el alquiler de esa habitación adicional, o coches más cómodos y lujosos que pensamos poner a disposición de Uber o Lyft. Veremos a la calidad convertirse de nuevo en un valor yuxtapuesto al precio, apoyado en intangibles como la durabilidad o el valor de la reventa, y poniendo seguro presión sobre las "low cost".
Empieza también a tomar fuerza el tiempo como moneda. "Tiempo gastado es tiempo perdido", empezamos a pensar en capitalizar no solo nuestros bienes sino también nuestros minutos. En consecuencia, las transacciones digitales limpias y rápidas y las búsquedas simples y elegantes no son un valor añadido, son ya un requisito indispensable.
Subirse al carro
La economía colaborativa es una oportunidad demasiado grande para dejarla pasar. Sea cual sea la actividad, el reto es no quedarse fuera. En mi opinión, ninguna empresa debería subestimar el poder del pulso entre el tener y el disfrutar, desdeñando las alternativas a la propiedad o el alquiler. Cuanto más asentado, más posibilidades de que alguien ofrezca una alternativa que te hunda. Trabajar la reinvención es un must.
Evaluando los escenarios en que sus clientes se podrían unir entre ellos o con terceros y explorando posible papeles a jugar. Facilitador o jugador en esta nueva liga, la cuestión es seguir en la competición. Valorando cualquier estrategia que mitigue el riesgo. Las alianzas estratégicas o incluso las compras pueden ser un buen escudo, aconsejo no dar carpetazo al desarrollo de sus propios valores "colaborativos". Pilotando la adaptación de nuevos modelos que estén funcionando en otros sectores o haciendo reingeniería de procesos para buscar eficiencias que liberen recursos destinados a asumir nuevos retos.
Entendiendo que una economía colaborativa nace de una organización colaborativa que debemos integrar en el ADN de nuestra empresa, no sólo con mensajes vacíos, sino a través de objetivos claros y medibles. Aprendiendo a sacar provecho de todo. Dando nuevos usos a espacios infrautilizados o a las capacidades residuales de nuestra producción, compartiendo con terceros activos y costes al interconectando infraestructuras y plataformas.
Y creando cultura. Las grandes empresas tienen delante una gran oportunidad para rentabilizar sus intangibles más valiosos: el conocimiento, la propiedad intelectual y el know how. Y sobre todo, entendiendo que las empresas son reflejo de las personas que en ellas trabajan. Como sociedad, tenemos por delante la gran oportunidad de modificar esquemas de liderazgo y comunicación, priorizando el trabajo en grupo en detrimento del lucimiento personal.
En definitiva, en un mundo altamente conectado y que cambia a velocidad de vértigo, nada está garantizado. Incluso las marcas más poderosas tendrán que reinventarse para seguir ofreciendo atractivo en un mundo donde los bienes que poseemos cada vez son menos reflejo de nuestro estatus y donde la felicidad se construye a base de otras experiencias. Lo dicho, estar "a loro" y "subirse al carro", metiéndose en la cabeza de la gente, sin dar nada por supuesto. Atreviéndose incluso a lo más difícil. A derribar sus propias barreras.
Un artículo escrito por Virginia Cabrera Nocito
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