Este método, desarrollado por Bob Eberle a mediados del siglo pasado, se revela como una técnica muy eficaz cuando estamos en medio de un bloqueo creativo y buscamos a la desesperada (sin encontrarla) la solución al problema que tenemos entre manos.
SCAMPER es en realidad un acrónimo en el que hay agazapadas siete acciones, las que según Eberle debemos poner en práctica, a modo de pregunta, para dar con la solución al problema que nos acucia.
S (Sustituir): ¿Qué elementos pueden reemplazarse?
C (Combinar): ¿Qué ideas presentan concomitancias entre sí y pueden, por lo tanto, combinarse?
A (Adaptar): ¿Qué elementos adicionales pueden añadirse a la idea sobre la que trabajamos?
M (Modificar): ¿Qué elementos se prestan al cambio?
P (Poner en otros usos): ¿Podemos reutilizar viejas ideas y darles una vuelta de tuerca para crear algo nuevo?
E (Eliminar): Menos es más. ¿Qué ingredientes pueden simplificarse, reducirse o directamente eliminarse?
R (Reacomodar): ¿Podemos reordenar los distintos elementos que se dan cita en una idea?
El método SCAMPER puede parecer a priori una técnica bastante trivial. Sin embargo, lo cierto es que funciona porque nos fuerza a hacer aquello que muchas veces nos obcecamos en no hacer: ver las cosas desde un punto de vista diferente.
¿Lo mejor? Que el método SCAMPER puede ayudarnos no sólo en la resolución de problemas en nuestro día a día laboral (los generados, por ejemplo, por una campaña publicitaria que no acabamos de ver clara o un diseño web que, por unos motivos o por otros, no termina de cuajar), sino que es también una fantástica “muleta” para torear los problemas de nuestra vida privada.
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