El año y medio que estuve desconectado del mundo bloguero dio mucho de sí. Gracias a ese lapso pude dar un giro a mi carrera profesional, madurar muchas ideas y tomar perspectiva con respecto a lo que significa la verdadera productividad personal, más allá de lo que dicen los libros.
Una de las grandes lecciones de esos meses fue que necesitamos darle más importancia y cuidar las palabras que utilizamos, porque las palabras condicionan nuestras acciones. Aplicado a GTD, por ejemplo, debemos ser muy cuidadosos con la manera en que redactamos los nombres de nuestros proyectos, o con la forma en que expresamos nuestras próximas acciones. Fuera de GTD también aplica a otros términos que utilizamos diariamente, como la “procrastinación”.
Antes de seguir, y para ayudar a quienes apenas se incorporan a este apasionante mundo de la productividad personal, un breve paréntesis para explicar qué entendemos por procrastinación.
Aunque no es una palabra muy utilizada en el español de a pie, los angloparlantes usan mucho su equivalente “procrastination” —por cierto, no es un anglicismo, viene del latín “pro” y “crastinus”—, y en su sentido literal significa posponer o aplazar. Sin embargo, raramente se aplica en su significado literal. De hecho, ya desde el siglo XVI se viene utilizando en el sentido de aplazar algo irracionalmente.
Es decir, procrastinar significa, en palabras del mismísimo Dr. Piers Steel, “posponer tareas de forma voluntaria, pese a que nosotros mismos creemos que esa dilación nos perjudicará”. Es en este sentido que se usa dentro del contexto de la productividad personal, y también en el campo de la psicología.
Ahora bien, hay una corriente de autores que han empezado a hablar de “procrastinación creativa” , “procrastinación estructurada”, y otras variantes con un significado más o menos positivo. Según ellos, es posible utilizar la procrastinación en nuestro favor, por lo que no siempre podemos decir que la procrastinación sea mala.
El problema, como apuntaba al principio, es intentar retorcer el significado de las palabras, porque dan pie a la confusión y crean la sensación —falsa—, de que no hay nada de malo en cierto tipo de comportamientos. Para que quede claro lo que quiero decir, voy a poner un ejemplo que se va a entender muy bien.
Cuando hablamos de robar nos estamos refiriendo a un comportamiento que es intrínsecamente malo. No existe nada parecido a un “robo bueno”. Todo el mundo saber que tomar algo sin el consentimiento de su legítimo dueño no está bien, y a nadie se le ocurriría siquiera sugerir que pueda ser aceptable en determinadas circunstancias. Robar no está bien, punto. Porque si el legítimo dueño consiente en que tomes algo de su propiedad, ya no podemos hablar de robo sino de regalo, o de compra/venta, si es que hay una transacción económica de por medio.
De igual modo, posponer o aplazar algo de manera racional y justificada, que básicamente es lo que se quiere decir con procrastinación creativa o estructurada, ya no es procrastinar. O dicho de otro modo, en cuanto desaparece el componente irracional de la decisión, y dejamos de hacer una cosa para hacer otra porque creemos que es más conveniente a nuestros intereses, estamos dejando de procrastinar. Así de sencillo.
Quizá a alguien le pueda parecer demasiado entrar en este tipo de sutilezas. Sin embargo, como decía al principio, las palabras tienen mucho más poder del que nos imaginamos, para lo bueno y para lo malo. Aplicar un término que por definición denota un comportamiento no deseable para describir su antítesis, por muchos adjetivos positivos que lleve detrás, abre la puerta para incurrir en todo tipo de autoengaños. Y una vez que nos convencemos de que estamos procrastinando estructuradamente, cuando lo que en realidad estamos es dejando de hacer cosas que sabemos que deberíamos estar haciendo, entramos en una espiral de la que es muy difícil salir.
La procrastinación no es y nunca será algo bueno, ni podemos aprovecharnos de ella para nada, ni aportará nunca nada positivo a nuestra vida. Procrastinar es un hábito no deseable. Procrastinar es caca. Hay que procrastinar lo menos posible si es que queremos mejorar nuestra productividad personal. Cómo conseguirlo es ya harina de otro costal.
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