Todos tenemos más que oída la palabra “Low cost”, pero… ¿Sabemos claramente a qué hace referencia?
El modelo low cost se ha introducido en nuestras vidas como una necesidad a la que agarrarnos en estos tiempos de escasez, como si de un bote salvavidas se tratara. ¡Tenemos low cost hasta en la sopa! Viajes, comida, franquicias, drogas, funerales e incluso trabajos low cost… Todo lo que seas capaz de imaginar hoy lo puedes encontrar en la versión low cost, porque hemos reducido los aires de grandeza económica y recortado nuestra vida…hasta en derechos.
No es que esta estrategia de marketing se haya puesto de moda en el siglo XXI. Hace unos años ya existía este tipo de modelo económico, sin embargo parece ser que es en la actualidad cuando alcanza su fama y esplendor. El low cost es una reivindicación del recorte, nacido como consecuencia de una protesta ante los precios desorbitados que acostumbrábamos a pagar por los productos o servicios necesitados. Es la petición de un precio justo y asequible.
Ante esta demanda del cliente, las empresas se ven, forzadamente, a implantar este nuevo estilo de venta. Ellos lo definen como el proceso a través del cual redefinen el producto o servicio prescindiendo de todo lo superfluo y poco funcional del mismo, sin que afecte a su calidad.
Recalquemos la última frase:
“… sin que afecte a su calidad”.
¿Hasta qué punto esto es certero? Y si es así, ¿Hasta qué punto nos lo creemos?
¿Hasta qué punto esto es certero? Y si es así, ¿Hasta qué punto nos lo creemos?
No nos engañemos. Nuestra mente está acostumbrada a relacionar precio con calidad, y en función de eso le otorgamos más o menos valor a lo que obtenemos. Todos sabemos que los buenos resultados se obtienen con esfuerzo y por eso lo valoramos más. ¿Por qué entonces vamos a creer que podemos obtener algo de alta calidad a coste bajo?.
Sinceramente creo que la estrategia del low cost no ha llegado a los consumidores tal y como las empresas pretendían. Y es que con tanta proliferación de productos y servicios low cost resulta peligroso creer a ciegas en su mensaje. Es más fácil creer que si obtenemos un producto más barato sea porque su coste inicial era excesivo o porque su calidad ha disminuido notablemente. Incluso observamos que algunas compañías aprovechan este término para intentar vender productos obsoletos de temporadas pasadas que se han quedado en stock.
Sinceramente creo que la estrategia del low cost no ha llegado a los consumidores tal y como las empresas pretendían. Y es que con tanta proliferación de productos y servicios low cost resulta peligroso creer a ciegas en su mensaje. Es más fácil creer que si obtenemos un producto más barato sea porque su coste inicial era excesivo o porque su calidad ha disminuido notablemente. Incluso observamos que algunas compañías aprovechan este término para intentar vender productos obsoletos de temporadas pasadas que se han quedado en stock.
Seamos honestos, como consumidores somos cada vez más exigentes, y una de las cosas que reclamamos es que no nos engañen.
¿Cómo saber entonces cuando estamos ante un low cost engañoso?
Todos sabemos distinguir la calidad de la minucia. Si pretendemos obtener un servicio o producto de calidad, apreciemos su valor y paguemos por ello. Y si no podemos pagar por ello, busquemos alternativas a cosas similares sin caer en las comparaciones. Porque hay que saber distinguir entre el low cost y lo “bueno, bonito y barato”.
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