lunes, 28 de mayo de 2018

Los 7 peldaños del equilibrio emocional para afrontar emociones difíciles

Todas las emociones son necesarias. Cada una de ellas nos aporta información valiosa sobre nosotros, de ahí que sea tan importante prestar atención a cómo nos sentimos. Chequearnos a nivel emocional es una tarea que no podemos olvidar si queremos alcanzar un equilibrio emocional y en definitiva, saborear el bienestar.
Ahora bien, no siempre es fácil prestarnos atención para descifrar qué nos sucede, sobre todo cuando nos encontramos en situaciones emocionalmente difíciles y dolorosas. Esas en las que el sufrimiento hace acto de presencia y en las que el miedo aparece como un monstruo con intención de atraparnos.

Todas las emociones son necesarias. Cada una de ellas nos aporta información valiosa sobre nosotros, de ahí que sea tan importante prestar atención a cómo nos sentimos. Chequearnos a nivel emocional es una tarea que no podemos olvidar si queremos alcanzar un equilibrio emocional y en definitiva, saborear el bienestar.
Ahora bien, no siempre es fácil prestarnos atención para descifrar qué nos sucede, sobre todo cuando nos encontramos en situaciones emocionalmente difíciles y dolorosas. Esas en las que el sufrimiento hace acto de presencia y en las que el miedo aparece como un monstruo con intención de atraparnos.
El psiquiatra y catedrático de Psicobiología Vicente Simon, tras investigar y profundizar en la sabiduría de la psicología budista, ha elaborado un procedimiento que puede ayudarnos en estas situaciones: los 7 peldaños del equilibrio emocional. Un conjunto de ejercicios pensados para aliviar el sufrimiento, evitar los daños psicológicos procedentes de un impacto emocional y prevenir acciones inapropiadas que puedan ocasionar conflictos con los demás. Son los siguientes.

Hacer una pausa para alcanzar el equilibrio emocional

Ante una mala noticia, una fuerte discusión o una gran decepción el primer paso es detenernos. Cuando percibamos que una emoción intensa y desagradable surge de nosotros, tenemos que pararnos. Hacer una pausa y dirigir toda nuestra atención a ese movimiento emocional que crece desde nuestro interior.
Al principio no será fácil, es normal. Detener un proceso que lleva años funcionando en automático no es nada sencillo, ya que es todo lo contrario a lo que nos dicta nuestra forma de proceder. De hecho, en la mayoría de las ocasiones, las emociones nos impulsan a actuar, de forma abrupta e irreflexiva. Ahora bien, en lugar de continuar y llegar a la explosión emocional, tenemos que detenernos, concedernos un tiempo para reflexionar y valorar lo que sucede en nuestro interior. 
De esta forma, interrumpimos el automatismo en el que estamos inmersos y creamos la posibilidad de responder de forma diferente a la habitual. Ahora bien, conviene practicar, ya que es posible que no lo consigamos a la primera. Incluso, para facilitar este paso podemos irnos a otro lugar que nos transmita más tranquilidad.

Respirar hondo, serenarse

Una vez que nos hemos parado, el siguiente paso para alcanzar el equilibrio emocional es llevar la atención a nuestra respiración y a aquellas zonas del cuerpo en las que la emoción se manifieste.
En el caso de encontrarnos demasiado enérgicos o estresados lo adecuado es respirar hondo. La respiración profunda nos ayudará a calmarnos y a conectar con nosotros mismos. El objetivo es llegar a respirar 10 veces en un minuto. Está claro que no lo conseguiremos a la primera y mucho menos si estamos en un alto estado de activación, ya que en esos momentos la respiración se puede llegar a disparar hasta 30 veces por minuto. La cuestión es practicar y focalizarnos en ella.
Por otro lado, cuando experimentamos emociones difíciles puede que notemos que el corazón nos lata deprisa, una ligera presión en el pecho o quizás, tensión en el vientre. En cualquier caso, lo importante es que no evitemos experimentar estas sensaciones corporales. A menudo, las emociones también nos hablan a través de nuestro cuerpo. Se trata de percibirlas y a través de la respiración calmarnos, para disminuir a su vez, las sensaciones corporales.

Tomar consciencia de la emoción

Este peldaño consiste en familiarizarnos con la emoción a nivel vivencial, no intelectual. Esto quiere decir a sentirla como experiencia directa con todo lo que conlleva. Por ejemplo, cómo se expresa a través del cuerpo.
A continuación, podemos pasar a observar o imaginar qué situación o situaciones desencadenan esta emoción. ¿Es una persona determinada o quizás un pensamiento? ¿Puede que sea un recuerdo? La cuestión es detectar los aspectos clave relacionados con ella y con su origen.
Luego tenemos que identificar de qué emoción se trata, es decir, tenemos que ponerle nombre. ¿Es rabia, tristeza, envidia o tal vez miedo? Algunas investigaciones afirman que cuando lo hacemos, esta pierde parte de su fuerza. Por último, para darle más identidad podemos preguntarnos cómo se expresaría esta emoción, qué necesidad esconde o qué nos impulsa hacer.

Aceptar la experiencia, permitir la emoción

Este paso consiste en aceptar la emoción sin juicios, en permitir que sea tal cual es, sin reprimirla ni oponer resistencia.
Al principio no será agradable, pues estamos dejando crecer una emoción que nos disgusta, pero es necesario para conocerla y gestionarla más adelante. Así, nos hacemos espectadores del rechazo que la situación nos despierta, de esos intentos de escapar de la situación y defendernos, pero no hacemos nada, simplemente dejamos que la emoción se manifieste y se exprese tal cual es. De esta forma, la damos su espacio y la reconocemos como una parte de nosotros.

Darnos cariño

En mitad de este profundo proceso, en el que lidiar con aquello que nos hace daño, que nos pesa y que en algunos momentos es como si nos devorara, es fundamental conectar con esa parte de nosotros que aún se mantiene íntegra y sana, que funciona a través del cariño y del afecto. Pensemos que el “maltrato personal” atenta contra esa fuerza que tanto necesitamos para alcanzar el equilibrio emocional.
Ahora bien, puede ser que nos resulte difícil abrazarnos y tratarnos con amor, por ello podemos recurrir a esas personas que siempre están ahí, a nuestro lado, y que no dudan en acompañarnos cada vez que lo necesitamos. Ellas nos ayudarán a aliviar el malestar y la angustia que sentimos.

Soltar la emoción

La intensidad de la emoción se irá reduciendo poco a poco y esto nos permitirá separarnos de ella. Así, ya no pensaremos que somos la emoción, sino que la estamos albergando durante cierto tiempo.
Es importante tener en cuenta que solo permitiremos que la emoción se disipe cuando impidamos que se alce con la batuta de nuestro diálogo interno. Así, de manera directa no podemos forzar su desaparición, simplemente se va a ir disolviendo a través del contacto con ella. En este sentido, pensar que no somos la emoción es una estrategia clave para limitar el poder de la emoción sobre nosotros.

Actuar o no, según las circunstancias

Una vez pasada la tormenta emocional, el último paso para conseguir el equilibrio emocional consiste en decidir si actuar o no. Si la situación en la que estamos inmersos demanda una respuesta, ahora estaremos en mejores condiciones para generarla. Desde la calma y la conexión con nuestras dudas y deseos será mucho más fácil actuar. Ahora bien, si no es necesario que demos una respuesta inmediata, lo más conveniente es esperar a que la emoción haya perdido la intensidad del todo y, de esta forma, hayamos asimilado su mensaje.
Como vemos, una emoción difícil puede transformarse en serenidad y calma a través de la atención plena y el paso del tiempo. El filósofo neerlandés Spinoza lo expreso muy bien: “Un afecto que es una pasión deja de ser pasión tan pronto como nos formamos de él una idea clara y distinta”.
Estar presentes en las emociones es la llave que abre la puerta hacia el equilibrio emocional. Una práctica que requiere tiempo y destreza; sin embargo, si la conseguimos dominar, nos ayudará a sobrellevar las dificultades y problemas de nuestro día a día, tanto con nosotros mismos como con los demás.

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