Estupenda la serie de tres artículos que podemos leer en El Correo de las Indias. Dos de ellos escritos por Natalia Fernández y el tercero por David de Ugarte. Son, respectivamente: La economía directa y la abundancia, Abundancia y producción P2P y De consumidores a comuneros. Merece la pena leerlos con pausa y reflexionar sobre lo que plantean en términos evolutivos. Porque argumentan el tránsito hacia una sociedad de pequeños núcleos productivos que hacen saltar por los aires la figura del consumidor para transformarla en productor. No eres tanto por lo que consumes sino por lo que produces.
Es evidente que los argumentos tensan la cuerda y se fijan en una de las posibles formas en que la efervescencia de economía colaborativa (uso el término para que nos entendamos aunque encierre enormes contradicciones) puede evolucionar. Natalia y David ponen el foco en las posibilidades que ofrece un procomún que crece exponencialmente y que nunca como ahora podía hacer tan fácil saltar del conocimiento a la producción. La revolución de las impresoras 3D, la cultura maker y esos inmensos repositorios con cada vez más conocimiento disponible hacen posible microescalas eficientes.
Aquí ya hablamos en su día de la economía directa, al hilo de anteriores escritos de Las Indias. Fue en 2013 y desde entonces el fenómeno se ha expandido, si bien usando el término “colaborativo” como apellido más comúnmente aceptado. Y los medios de masas se han fijado en las nuevas pautas de consumo que se introducen. En vez de usar la oferta tradicional -el hotel- se crea la ilusión de que nos dirigimos a una persona particular cuando en realidad alimentamos al monstruo de nuevo -Airbnb o quien sea- y reforzamos las dinámicas centralizadoras. No, no hay (casi) nada colaborativo en muchas de esas propuestas sino simples reintermediaciones de la mano de lo que ofrece Internet como mercado de información.
Sentirse productor colaborativo y no solo consumidor es algo que está por ver. Cierto que cada vez más las personas individuales dispondrán de más y más capacidades que antes pasaban por la interfaz empresa. Cierto que puede estar produciéndose una vuelta a la idea comunitaria de base de ayudarnos unas a otras ante la crisis de los gigantes financieros que nos aplastan. Cierto que surgen fórmulas cada vez más populares de banca ética. Pero también cierto que todos estos nuevos comportamientos pueden ser colonizados por la fuerza del olor a dinero que descubren las grandes empresas necesitadas de resultados económicos para sus accionistas.
Guillermo Dorronsoro suele insistir en presentarnos una realidad económica en la que capitalismo global y nuevos modelos emergentes comparten escena. ¿Qué poder posee cada parte? Hoy por hoy, el capitalismo global juega a lo grande y trasciende lo material. Lipovetsky habla de capitalismo estético y artístico. Se está jugando la partida no ya en la producción del objeto físico sino en lo espiritual transformado en medio de producción y consumo. Frente a la preeminencia de la necesidad material nuestra sociedad hoy se vertebra alrededor de una ¿falsa? espiritualidad presa de marcas que ocupan el lugar de las religiones. Dime qué marcas consumes y te diré quién eres y aspiras a ser.
En cualquier caso, los artículos de Natalia y David estimulan el pensamiento. Juegan en los límites y plantean otras formas de ser y estar. Producir para aumentar un procomún que se recrea constantemente. Una especie de gran cerebro/corazón que las comunidades mantienen vivo por el uso. No es mala propuesta, desde luego que no.
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